Con las nubes regresa la melancolía. Como en la Lima gris. Entonces me dan ganas de rebuscar en los recuerdos de noches callejeras y de casonas viejas donde me escondía a amar desconsoladamente. Los callejones y la luz de interior y de invierno. Afuera tanto el cielo como la tierra eran grises y esa agüita pobre caía y penetraba frío en los huesos. Yo quería a ese hombre niño flaco que chupaba trago barato en las esquinas, que era padre sin acordarse mucho, que me robaba del colegio para hacerme el amor en el monumento vació de un parque frente al mar. Yo me escapaba de un colegio lleno de mujercitas rubias y ricas. Me iba a la calle vieja a encontrar a toda su familia viviendo en un cuarto. Y siempre buscábamos un rincón de la calle para querernos. Nadie quería que lo quisiera y entonces yo lo quería más. Años después otra noche de garúa y frío gris dejaría parado por ultima vez en una esquina a aquel muchacho que parecía mas viejo sin serlo. Con él los encuentros de amor eran mas coloridos sobre todo en los viajes a su tierra tropical en donde nos acompañaban el agua cálida del río, el verde intenso, el calor pegajoso y las frutas dulces. Pero en Lima también buscábamos esas casonas viejas del centro, sobre todo las ultimas veces en que añorábamos no dejarnos sabiendo que nos dejaríamos siempre. Una vez no pudo mas y me agarró a patadas. Tantas veces yo no pude mas y volví a quererlo. Finalmente lo dejé parado en esa esquina junto a una avenida transitada con garúa y lagrimas en el rostro. Pude ser mala un tiempo. Aprendí a robar y a hacer el amor sin amar. Casi me enamoro de una mujer morena que se parecía tanto a esos amores imposibles. Con sus manitos chiquitas y su alo de tristeza. Siempre en las noches grises con garúa. Intoxicada casi siempre. La pista mojada, el trago barato, las veredas de los parques refugio. El frío invasor. Esa pena de mierda.