Quiero viajar a ese espacio de mi pecho donde a veces se pelean perros y gatos, padres e hijos, hombres y mujeres. Ahí donde se siente ese vacío cuando el ser que amo se aleja. Quiero poder ver que es lo que sucede ahí, donde a veces cuesta que entre el aire, en donde se crea esa sensación que me lleva a extremos de contrastes de melancolia y euforia. Viajar por esos ríos y descubrir cuándo empezó a brotar la nostalgia, la melancolía, el amor. Si tiene color o forma o tal vez peso y rostro. Tal vez es un río que me lleva a paisajes salvajes donde residen asechantes justamente las sensaciones opuestas en el camino. A veces obstáculos, otras atracciones y hasta obsesiones. Visualmente lo comparo al recuerdo de un viaje por la selva peruana. Con mi padre de la mano yo veía cortar la maleza a punta de machete. No recuerdo si entonces imaginé o viví un acercamiento a la vez atractivo y tenebroso con el jaguar de la selva. Así pienso ahora que son esos espacios de angustia dentro de mí. Un laberinto. Un recorrido constante. Una selva con Otorongo.
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