Aquí en la ciudad metálica ella llegó a conocerse a sí misma. No, mas bien se reconocía esta vez porque nuevamente se encontraba en estas noches locas donde las rayas de coca abundaban y el tiempo era infinito. El cuerpo se le descompuso de repente y entonces pudo recordar como era que se sentía allá en la ciudad arenosa de donde huyó cansada de las juergas repetidas y de sus vacíos. La rutina urbana se le hacía insoportable. Pero alguna extraña ansiedad no la dejaba descansar ni buscar refugio de las noches negras donde terminaba diciendo cosas que no quería decir y donde todas sus ridículas vulnerabilidades salían disparadas sin dirección. Pensaba que era amor aquel sentimiento intenso y aprehensivo hacia alguien que le devolvía el cosquilleo en el bajo vientre. Pero sabía que eso se parecía más a un intento de suicidio, a una adicción de dolor. Por eso, en estos momentos perdidos se entregaba tan toda a los disparos al aire de horas, palabras y razón. De angustia por sentirse amada. De angustia por estar intoxicada y perderse en el momento intenso.